El vino es un alimento que forma parte de la dieta mediterránea. Vino y gastronomía están muy unidos. Y cuando el comer y el beber vino van juntos, conviene observar una serie de reglas.
La primera y más básica es la de que cada uno puede elegir el vino que quiera para acompañar la comida que va a tomar, que para eso están los gustos.
No obstante, se aconseja atender unas normas que propician un mayor disfrute y no se han dictado precisamente de forma arbitraria:
En primer lugar hay que tener en cuenta que los vinos deben servirse antes que los platos.
Si vamos a sacar diferentes vinos, se servirán de más jóvenes a mayor edad: crianzas, reservas y gran reservas.
Para las comidas cotidianas lo usual es que se las acompañe de un mismo tipo de vino.
Siendo este caso, se elegirá el que le vaya mejor al plato principal de la comida.
Si se desea servir distintos vinos del mismo tipo en una comida (es decir, todos tintos, todos rosados o todos blancos), es adecuado elegirlos de una misma región.
Existe una norma general que aconseja vinos blancos para pescados y tintos para carne, aunque cabe matizar que los rosados y tintos jóvenes son ideales para platos más ligeros, mientras que los tintos de crianza para carnes fuertes, guisos y caza.
Como punto a tener en cuenta, debemos hacer notar que aquellos guisos que han sido cocinados con vino deberán servirse con el mismo vino usado en la elaboración. Ha de ser, por tanto, un vino de calidad, pues un mal vino puede desmejorar el guiso.
Las comidas "folklóricas", en las que es frecuente la abundancia de especias y sabores fuertes, suelen estar reñidas con los vinos. Por ello, en estos casos, lo más aconsejable es que se trate de vinos locales, sin necesidad de que sean de gran calidad.
Todo aquello que esté sazonado con vinagre, cebolla, ajo, curry o mostaza es difícil de emparejar. Mejor evitar la bebida y tomar agua o vinos muy fuertes que dominen el gusto de los alimentos.